Los caballos, cómo las personas, tienen cada uno su propio carácter, sus propias virtudes y, por supuesto, sus propios defectos. No debemos juzgar a un caballo cómo lo haríamos con una máquina, decidiendo si "va bien" o si "funciona mal". Debemos apreciar lo mejor de cada uno de ellos, así cómo respetar sus pequeños defectos.
A la vez, no existe el mejor ni el peor caballo, ya que cada uno de ellos puede ser ideal para algunas personas y no entenderse con otras. Cada caballo tiene su jinete ideal y viceversa.

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